Casa Blanca nació del sueño de transformar la sencillez en belleza. Su fundadora, inspirada por el amor a las flores que heredó de su abuela, siempre imaginó un espacio donde la naturaleza y el diseño convivieran en perfecta armonía. Durante años, guardó esa idea como un anhelo, hasta que encontró el lugar ideal: un pequeño local en Abasolo 3, en el corazón del Centro de Zumpango de Ocampo, un sitio rodeado de vida, movimiento y tradición. El espacio, aunque modesto, tenía paredes blancas y una iluminación natural que hacía brillar cualquier color que entrara por la puerta. Ahí nació el concepto de Casa Blanca: un lugar donde las flores hablaran por sí mismas, sin excesos, sin saturación, solo la pureza y la elegancia de lo esencial. La florería abrió sus puertas con unos cuantos arreglos, una mesa de trabajo y una visión clara: ofrecer composiciones minimalistas que transmitieran emociones auténticas. Al inicio, los clientes llegaban por curiosidad, atraídos por el estilo diferente, limpio y moderno. Poco a poco, Casa Blanca se ganó un lugar en la comunidad gracias al cuidado en cada detalle, al trato cálido y a la capacidad de crear arreglos que contaran historias.